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Las mejores películas de la década: Dancer in the dark (2000)

Podría parecer que los cineastas del final del milenio se habían propuesto amargarnos la existencia del inicio de década. Si Aranofsky nos había dejado con mal cuerpo, lo que haría Lars Von Trier con “Dancer in the dark” no tiene nombre. Con ésta culmina su trilogía “Golden hearts”, centrada en la inocencia de personajes femeninos frente a la crueldad de la sociedad y compuesta por “Breaking the waves” e “Idioterne”, aunque sería un tema que no dejaría de tratar posteriormente. Como suele ser habitual en Von Trier los mimbres narrativos de “Dancer in the dark” son de un tópico que asusta; un lacrimógeno melodrama protagonizado por una inmigrante medio ciega a la que le pegan palos por todos lados, situado en la América profunda de los años 60 (país que el director no ha pisado en su vida). Todo esto aderezado por unos números musicales que sirven de vía de escape a la protagonista y con una desubicada Catherine Deneuve que no sabe que cara poner ante tamaño despropósito.

dancer in the dark

Pero de este material de derribo emerge una inmensa Björk que vive (no actúa) todo lo que le pasa a Selma. La entrega de la islandesa duele. Duele al espectador y ese dolor traspasa la pantalla y llega a nuestro corazón. La impotencia, la desesperación, la inocencia, el infinito amor de una madre por su hijo, el sacrificio. Von Trier, listo manipulador, vio el potencial de la entregada Björk y lo exprimió hasta sus últimas consecuencias (ésta acabaría diciendo que no volvería a hacer una película en su vida de lo mal que lo pasó). La belleza de la puesta en escena musical se complementa con las grandes canciones compuestas a cuatro manos por Björk y el propio Von Trier. E incluso el básico tratamiento de colores saturados de los números musicales, en contraposición con la ocre realidad, se revela todo un acierto.

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Y te planteas como espectador si es necesario asistir a tamaño sufrimiento, si es lícito, si es moralmente aceptable. Pero ves que tú, espectador curtido en mil batallas dramáticas, estás asistiendo a un carrusel de lágrimas incontrolable. Y sabes que, aunque lo pases muy mal durante 140 minutos, lo que acabas de ver te ha herido profundamente, te ha dejado mella. Y te das cuenta de que el calvario ha merecido la pena, que los 107 pasos finales son el camino a la calma absoluta y que cuando acabe la película fuera te espera un nuevo mundo. O tal vez deberías haber salido del cine antes de la última canción y así la película hubiera durado eternamente.


Anticristo

Antichrist

Por el mes de mayo David y yo nos hartamos de reír con la crónica que el Boyero hizo de Anticristo. Más o menos venía a decir que al que le hubiera gustado esta película era “para darle una de hostias”. Esta claro que no es una película para todos los gustos, que es lo mismo que no decir nada, porque ninguna película es para todos los gustos. Yo más bien diría que es la típica película que no recomendaría a nadie. Me explico. No quiero que nadie vaya a ver esta película por lo que yo escriba. Y, con lo bien que me cae, no quiero que el Boyero me hinche a hostias. Pero que tengo que decir que me gustó “Anticristo“.

El talento visual de Lars Von Trier es innegable; incluso en “Los idiotas”, donde empezó a utilizar el vídeo como formato de grabación, existía una extraña belleza inherente a la inmediatez del formato. Aquello era hace diez años y la tecnología avanza que es una barbaridad. Y esta evolución queda patente en “Anticristo”: sigue habiendo esa inmediatez, esa cámara al hombro, pero la belleza de las imágenes está más depurada. Y esta depuración estilística la aplica también a la historia. Dos personajes y punto. Pero vaya dos personajes: una escritora francesa deprimida, medio poseida y un punto histérica; y un psicólogo americano arrogante, pedante y bienintencionado. Ambos unidos por una tragedia. No quiero contar mucho de la historia, ni siquiera de la primera secuencia. Lo peor de “Anticristo” es que no somos vírgenes como espectadores. Ya nos han contado los “momentos cumbres” y estamos sobre aviso. Ese estar sobre aviso resta el impacto de las salvajadas ideadas por el señor Von Trier, pero sería injusto valorar esta película por esos tres o cuatro momentos límites.

David decía que las feministas tienen que estar que trinan con la película; pues anda que lo psicólogos tienen que estar buenos. El personaje interpretado por Willem Dafoe, psicólogo profesional, es de un naïf intelectual que echa para atrás. En su intento por ayudar a su mujer a salir de la depresión tira de todos los clichés de psicólogos que pueda haber y claro ella llega un momento que se harta de tanta tontería y lía la marimorena.

La naturaleza, como concepto, sería el tercer personaje y ahí es donde Lars se tira al vacío. Los árboles, los animales, la tierra, la niebla, el bosque… En la naturaleza reside el miedo y y reina el caos. El mundo no-creado-por-el-hombre es a lo que tememos más. Lo imprevisible y lo desconocido. La incertidumbre, como siempre, es la verdadera enemiga. Contra la naturaleza no podemos luchar. Y es lo que nos hace enloquecer. Ella no quiere aceptar lo que el destino le ha deparado. Él prefiere buscar coartadas para no ver la verdad. Y la naturaleza se venga y los pone en su sitio.

Esta semana

esta semana

La verdad es que no me había dado cuenta que llevaba tanto tiempo sin escribir. Entre una cosa y otra esta semana se me ha pasado volando.

El lunes fue psicológicamente movidito. Visita a la clínica López-Ibor: reconocimiento médico, test de Rorschach, dibuja un hombre, dibuja una mujer, mapa cerebral, intento de provocarme epilepsia, gomina y cinco minutos con el psicólogo para que me cambie la medicación. Ahora lo intentamos con Duloxetina. Nos vemos en dos semanas.

El martes tuve un amago de resfriado que no llegó a mayores, pero la que sí ha caído es Martina.

El miércoles vuelta a La Paz. Consulta con la doctora de rehabilitación. Me confirma lo que me dijo hace un mes: la cosa está estancada, nos damos un mes más de rehabilitación y lo dejamos ya. Yo por mi cuenta empiezo a ir a la piscina y así me voy desligando del hospital.

El jueves veo al neurólogo y me manda un TAC completo. Estas cosas son como en House: vamos dando tumbos a ver si encontramos algo, y si no aparece nada decimos que es autoinmune y a otra cosa mariposa. Ya por la tarde, vuelvo a ir a la piscina que me sienta muy bien para todo el cuerpo menos para el oído izquierdo que me duele una barbaridad; me habrá entrado agua. Me siento tan bien físicamente que animo a ir al cine y ver “Anticristo”, que ya son ganas de fastidiar un buen día. Como Lars es mucho Lars, se merece un post para él solo. Próximamente.

La noche la pasamos regular. Martina diciendo que está resfriada a las cuatro de la mañana y yo, que tampoco podía dormir, intento ayudarla. Así, nos despertamos los dos con un mal cuerpo considerable; ella con mocos y ojeras y yo con dolor de oído y cansancio generalizado.

Claro que han pasado más cosas esta semana. Incluso algunas más importantes y definitorias que las que he contado, pero son secreto sumarial.

No puede ser

Lars Von Trier

Si es que no puede ser. Y no es culpa de nadie. Tampoco es culpa mía. Empiezo a pensar que lo que estoy pasando ya estaba ahí y lo mío lo único que ha hecho es potenciarlo. En el fondo sé que la sensación de ansiedad siempre ha estado ahí. Pero he sabido camuflarla. La he escondido tanto que ahora lucha por salir a lo bestia. Sé que me tomo una pastilla y se me calma un poco. Pero no quiero depender tanto. O sí.

Me doy cuenta de que se usa la palabra depresión muy a la ligera. No es estar triste. No es estar decaido. No es estar apático. Es otra cosa. Es estar deprimido. La medicación de la mañana no sé si me está haciendo bien. Empiezo a sentirme como Dexter: Insensible. Tal vez sea lo que me hace falta ahora mismo para seguir adelante. No sentir. La de la noche no me hace mucho efecto. Me sigue costando dormir.

Hago el esfuerzo de que no se me note. Y no sé por qué. Pero es que no me sale poner cara de acelga. Y por eso parece que no me pasa nada. Que bueno, que estoy un poco triste por lo mío.

Ya me gustaría a mí que sólo fuese estar un poco triste. Verás tú que acabo como el de arriba.