Rápidas reflexiones tras el 22-M

Unas rápidas reflexiones tras las elecciones del 22-M. Probablemente vaya actualizando el post a lo largo del día.

  • Quien debe proponer el cambio de ley electoral es el PSOE. Es quien podría salir beneficiado dada su flexibilidad para pactar con partidos pequeños. El PP casi siempre necesita mayoría absoluta.

  • Mal que les pese a los grandes, el apoyo de los vascos a Bildu demuestra que se pueden modular las propuestas por la paz. Ahora tienen que demostrar que no nos han timado. El tiempo quitará o dará razones.

  • El no-aumento de participación es decepcionante. La única forma de verlo de forma positiva es pensar que sin el 15-M la participación no habría superado el 50%.

  • En lo del 15-M ha habido un exceso de idealismo. Ver cómo se votaban propuestas en asambleas como si de verdad fuesen a llegar a algún sitio era de una inocencia desarmante.

  • Lo de Valencia es digno de Expediente X. Y aun estoy esperando a alguien que me lo explique.

  • Los que estamos en internet muchas veces no sabemos ver más allá de nuestras narices. Hay otro mundo ahí fuera y es tan real como el nuestro.

  • Sigo pensando que lo más parecido a un sistema ideal lo propuso Ortega y Gasset. Tan utópico en su planteamiento como peligroso en su ejecución.

Adiós a la oficina

El pasado jueves se emitió el último capítulo de Steve Carell en The Office titulado Goodbye, Michael Scott. Se va de la oficina porque se muda de ciudad, siguiendo a su mujer, en busca de un destino mejor. En el capítulo Michael hace una lista y se despide uno por uno de todos sus empleados. Eso si miente sobre la fecha de su partida porque quiere que esa despedida que hace sea la última. No quiere alargar más la despedida final pero al menos le dice a todos y cada uno de sus compañeros unas palabras de aprecio. Porque a pesar de los múltiples conflictos sucedidos durante siete años no dejan de ser sus amigos. Y estos acogen con más o menos agrado esta despedida final, ya sea jugando, llorando o en silencio. Michael se siente triste porque a pesar de que sabe que hace lo correcto al cambiar de ciudad no puede dejar de sentir que echará de menos a toda esa gente con la que ha compartido tantas cosas. Al final no aparece en la fiesta de despedida que le han preparado sus compañeros.

Cuando yo me fui de Madrid no tuve la oportunidad de despedirme de prácticamente nadie de la oficina. De hecho no pude volver a la oficina. Se me sugirió que no apareciese por allí. Parece ser que un post que escribí hirió ciertas susceptibilidades y lo que me habría encontrado habría sido un ambiente hostil. En parte lo comprendo. Entiendo el malestar que mis palabras pudieron causar. Pero yo al menos me expresé y creo que con bastante claridad. Lo único que recibí a cambio fue un reproche por la exposición en redes sociales (es conocida por todos mi nivel de influencia en estas redes donde soy un gurú de primer nivel) y el silencio más absoluto por parte del resto. Ni una llamada, ni un mail, ni un mensaje de parte de aquellos que, aparte de mis compañeros, consideraba mis amigos. Si es cierto que hubo un amago de despedida a última hora. Pero eso, un amago con desgana y sin mucho interés, nada real.

 

Me hubiera gustado despedirme. Ver algunas caras por última vez. Dar algunos abrazos y besos. Hablar ciertas cosas con calma, intentar entender qué había pasado. Pero no pudo ser. No pude decir adiós a la oficina. Pasado el tiempo sigo sin saber exactamente qué pasó para que todo un grupo de personas me diese la espalda al unísono de manera tan fulminante. O tal vez fui yo el que les di la espalda a ellos. He mantenido cierto contacto puntual, un par de mensajes en facebook de no más de dos líneas, algunos mensajes indirectos. Pero no de la persona de la que yo esperaba más. Sólo he obtenido silencio en forma de un mail sin respuesta. Un mail escrito de forma totalmente respetuosa, amigable y sin ningún rencor. Un mail en el que sólo pedía el inicio de un diálogo para poder calmar conciencias. Porque considero que algo habré hecho mal y me gustaría saberlo. No es cuestión de víctimas ni verdugos, no hay malos ni buenos. Puede haber decisiones equivocadas, malas formas, errores de cálculo, pero nunca maldad. Sigo pensando en una buena persona que, por la razón que sea, no ha sabido o querido reaccionar.

 

Yo he hecho cosas mal y he hecho daño. Y he pedido disculpas reiteradamente. He asumido mis errores, están en mi conciencia y estoy intentando enmendarlos en la medida de mis posibilidades. No soy un ejemplo para nadie ni pretendo serlo, lo que nadie me va a impedir es que me exprese con libertad. No sé cómo estarán las conciencias por ahí, me gustaría saberlo. Pero, lo más probable, es que nadie lea esto con interés. Lo más probable es que esto sea una pataleta más, que sólo me servirá a mi para desahogarme un poco. Incluso puede que haya algunos que se molesten con estas palabras, quizás poco acostumbrados a la sinceridad y más amigos de la frivolidad. Ya poco tengo que perder en ese sentido.